Investigadores
liderados por el CSIC analizan cómo conseguir que no lleguen a impactar contra
la Tierra
Que estamos rodeados
por una auténtica nube de rocas de todos los tamaños zumbando alrededor de la
Tierra no es ya una novedad. Sin embargo, y a medida que las tecnologías
mejoran, el número de objetos conocidos aumenta cada año. Objetos cercanos a la
Tierra (NEOs, por sus siglas en inglés), y algunos de los cuales pueden
representar un serio riesgo para los habitantes del planeta.
Según datos de la NASA, a día de hoy de conocen ya 15.573
NEO, y 876 de ellos tienen más de un km. De diámetro. Entre ellos, unos 1.500
se consideran «potencialmente peligrosos». Es decir, que pasan muy cerca de la
Tierra y podrían, en algún momento, impactar contra ella.
Carles Moyano y Josep Marìa Trigo, investigadores del CSIC,
llevan dos años investigando las propiedades físicas y mecánicas de uno de los
meteoritos más famosos de los últimos tiempos: el que cayó sobre la localidad
rusa de Cheliabinsk el Pasado 15 de febrero de
2013. El objetivo, saber lo máximo posible de ellos y
averiguar si sería efectivo desviar una posible trayectoria de impacto lanzando
contra ellos un proyectil cinético. El trabajo se acaba de publicar en The
Astrophysical Journal.
En este sentido, para los próximos años están previstas dos
misiones, Dart, de la NASA, y AIM, de la Agencia espacial europea, cuyo
objetivo es lanzar un proyectil cinético contra el asteroide DIDIMOS y
comprobar si somos capaces de alterar su trayectoria. El impacto correrá por
cuenta de los norteamericanos. Los europeos, por su parte, llegarán un poco
antes, estudiarán la composición y las propiedades del asteroide y tomarán
buena note de los efectos del impacto. Problemas presupuestarios, sin embargo,
han puesto en riesgo la misión AIM, y por ahora no se sabe con certeza si
llegara a despegar.
Según Trigo, «estamos entrando en una etapa de
concienciación, y durante los próximos años vamos a ir descubriendo objetos de
pocas decenas de metros pocos días antes de los impactos. El de Cheliabinsk no
se detectó, pero lo elegimos para estudiarlo porque sus características son las
más comunes entre los meteoritos que nos rodean. Son condritas ordinarias,
rocas con más de 4.000 millones de años de antigüedad. La de 2013 fue la mayor
caída documentada después de la de Tunguska en 1908, cuya onda de choque arrasó
2.000km. Cuadrados de Tundra en Siberia.
Carles Moyano ha analizado una muestra del meteorito de
Cheliabinsk. «Lo que hemos hecho es usar una técnica llamada nanoindentacion
que consiste en "pinchar" un meteorito para ver su resistencia y
elasticidad. Con láminas finísimas analizamos los materiales que lo componen,
sus propiedades mecánicas, información que nos servirá para saber en qué zona
es mejor provocar el impacto de un proyectil para desviar el asteroide».