El psicólogo Jorge López Vallejo desvela un protocolo que
intenta asegurar que cese el daño para la víctima, así como la intervención
rehabilitadora y terapéutica sobre el agresor.
El problema del incesto y el abuso sexual en colegios,
equipos deportivos, colectivos, grupos sociales, centros educativos o
actividades extraescolares ha alcanzado proporciones críticas y muy
preocupantes en nuestra sociedad. La solución y freno a este gran problema se
agrava, porque según el psicólogo Jorge López Vallejo «es muy común que los
agresores o víctimas no busquen una solución a su problema».
Explica que en la mayoría de los casos la sociedad se centra
en la compresión, la protección y el consuelo a la víctima, pero... ¿Qué ocurre
con el agresor? Una persona que tiende a reincidir y replicar las agresiones.
¿Qué se hace con ellos?, ¿Qué intervenciones reciben?, y, en el caso, muy
común, de que se trate de un miembro de la familia, ¿cómo se interviene?
En el Centro de Terapia Breve Estratégica en Arezz explican
que después de muchos casos en consulta, han desarrollado un protocolo que
intenta asegurar que cese el daño para la víctima y, además, cuentan con una
intervención rehabilitadora y terapéutica sobre el agresor en sesiones que
resulten recuperadoras, eficaces, eficientes y replicables, basadas en
argumentos científicos y probados después de muchos estudios e investigación.
Al menos así lo asegura el psicólogo Jorge López Vallejo.
¿Cómo intervenir?
—En el caso del agresor es muy importante el trabajo para
evitar que se repita futuras situaciones. El proceso terapéutico se base en los
siguientes elementos:
El secreto: El
terapeuta tiene que conseguir sacar a la luz todos los secretos.
La provocación: En todos estos casos, el agresor deja
suponer o afirma explícitamente que fue provocado por la víctima, que ella
tiene su parte de culpa. El terapeuta tiene que negarse categóricamente a
considerar esta posibilidad dejando muy claro que la víctima es la víctima y el
agresor el agresor.
El idilio: El tercer elemento es que el terapeuta tiene que
comprender que en la mente del agresor existe siempre un elemento placentero
basado en el idilio. El agresor presenta siempre un desorden de pensamiento y
cree realmente que en alguna fase hubo una relación romántica, aunque haya
habido violencia. Sin comprender esto, no se puede ser realmente sensible al
agresor, ni captar su pensamiento para conseguir el efecto buscado.
La inserción: Es muy importante. El terapeuta considera
actividades para el agresor, con el fin de orientarlo hacia una vida normal.
La restauración del amor: No se puede terminar unas terapias
sin restaurar el amor en el agresor. Recuperar (en la manera en que sea
posible), en casos de incesto o aunque sea mínima la relación de la familia con
el agresor, lo que entraña restaurar la posición del agresor en la familia,
aunque sea fuera de ésta.
—En el caso de la
víctima el protocolo de intervención se basa en las siguientes 11
intervenciones:
Primera Intervención:
es imprescindible que acuda toda la familia. El terapeuta reúne a todos y
solicita a los padres o entorno más cercano de la víctima que describan
exactamente lo que ha sucedido. ¿Quién le hizo, qué, a quién, cómo, cuándo,
dónde, con qué frecuencia?
Es muy importante que no haya lagunas sobre el suceso. Se
crea una presión colectiva y, si el agresor está presente en la sesión, es muy
difícil negar lo que hizo. Cuando ha habido un incesto, ya no se pueden
consentir más secretos, porque un secreto así puede derivar en más relaciones
incestuosas. Utilizar un lenguaje muy explícito al abordar los temas ayuda a
acabar con los secretos que son lo que alimentan el problema de la víctima y
del agresor. «Para que las niñas o niños pequeños representen lo que sucedió,
se utiliza papel y lápiz. Es muy común que los padres pidan que se las excluya
de la sesión, intentando evitar ese sufrimiento, pero si el abuso iba dirigido
a sus hijos, lo mejor es insistir en que estén presentes en el proceso
terapéutico», recalca López Vallejo.
Segundo paso:
cada miembro de la familia debe describir en qué se comportó mal el agresor
ahondando en lo doloroso, violento, en la intrusión.
Tercer paso: el
terapeuta debe tratar el dolor espiritual a la víctima. Según la religión y la
cultura de la familia se emplea la expresión «dolor espiritual» o «dolor en el
corazón» en todos los casos, el dolor es el mismo, ya que la sexualidad y la
espiritualidad están relacionadas. Una violación sexual es una violación del
espíritu de la persona. Es más dañina que un ataque físico.
Cuarto paso: sólo
en el caso en el que el agresor esté en consulta, el terapeuta afirma que un
ataque sexual también provoca un dolor espiritual en el agresor. El terapeuta
debe afirmar que también lamenta el dolor del agresor.
Quinto paso:
suele ser espontáneo, y también muy común en casos de incesto, que alguien de
la familia comente al terapeuta que el agresor (y tal vez otros miembros de la
familia) también sufrieron abusos sexuales por parte de parientes, extraños o
amigos de la familia. Es poco frecuente que solo haya una víctima y un agresor.
Sexto paso: el
terapeuta demuestra comprensión y describe el dolor de esta conducta en todos
los miembros de la familia.
Séptimo paso: los
familiares, en el caso de que hayan estado cerca de la agresión y no la hayan
identificado, deben expresar su arrepentimiento por no haber protegido a la
víctima.
Octavo paso:
discutir con los padres cuáles serían las consecuencias si algo semejante
volviera a suceder en caso del incesto. Para de abusos fuera del seno familiar,
no es necesario este paso.
Noveno paso: el
terapeuta debe hablar a la víctima a solas sobre el abuso para que exprese sus
sentimientos, sus miedos y su dolor. El terapeuta tiene que expresar empatía
trabajando sobre un nivel psicológico superior. Es una intervención muy
complicada, subrayando que esta situación desarrolla una especial compasión en
la victima que la eleva a un nivel existencial más elevado al que mucha gente
nunca llega. Se trabaja sobre el tiempo del abuso y sobre el efecto en la vida,
aunque los hechos parezcan terribles, en ese momento, lo que sucedió es sólo
una parte pequeña de la vida.
Décimo paso: es
necesario buscar un protector para la víctima. En muchos casos es un error
pensar en la madre, ya que está gravemente afectada. Por lo general, en esas
familias la madre es muy débil y no puede proteger eficazmente. Un tío
respetable y responsable, o dos abuelas, pueden ser muy buenos protectores.
Undécimo paso: es
la fase de la reparación. Se necesita un acto que implique un sacrificio
prolongado, beneficioso para la víctima. Aunque la reparación sea más bien
simbólica, porque realmente nada compensa la violencia sexual menos aún si el
agresor está en la familia, pero debe participar indirectamente.