El primer curso de la ESO es el que acumula un mayor
porcentaje de repetidores entre los alumnos españoles (12,3%)
El paso del colegio al instituto coge a los alumnos en un
limbo generacional. A los 12 años ya no son niños, tampoco adultos, y ni
siquiera se les considera adolescentes (sí pre-adolescentes). A menudo salen de
ser tratados entre algodones en la Primaria a enfrentar el Instituto desde una
posición de cierta libertad, sin tanto control directo y en un entorno
desconocido regido por nuevas dinámicas tanto en lo académico como en lo
social. «Es un paso muy importante en la vida de los chavales», asegura el
sociólogo experto en educación Rafael Égido, y «crucial en el discurrir de su
ritmo académico».
De acuerdo con los últimos datos hechos públicos por el
Ministerio de Educación, el primer curso de la ESO es el que acumula un mayor
porcentaje de repetidores de todas las etapas evolutivas y en la amplia mayoría
de comunidades –el patrón sólo se rompe en Cataluña y Andalucía. En concreto,
un 12,3% de los alumnos matriculados en 1º ESO son repetidores. No obstante,
este dato ha descendido desde 2013, cuando el porcentaje de niños que no
superaban el primer año de instituto se situaba en un 13%.
Por encima de la dificultad de las exigencias curriculares,
proporcionalmente mayor, lo que deben tener en cuenta los profesionales del
centro educativo y sus propios padres es que «es un momento clave en la
socialización de estos niños», como apunta Égido, en que «se están
desarrollando». No sólo a nivel emocional, también «empiezan las primeras
feromonas a actuar, y ellos empiezan a notar los cambios en su cuerpo». Es por
esto que el sociólogo insiste en que la atención parental durante esta etapa
puede «cambiar absolutamente la trayectoria del alumno» antes de que su
«identidad cuaje» y sea mucho más complicado corregir actitudes tóxicas.
Vigilar su adaptación
en los primeros días
Abel Domínguez, psicólogo especializado en infancia y
adolescencia, explica a ABC que «el paso del colegio al instituto se da en una
etapa en la que los problemas de ansiedad, depresión u otro tipo comienzan a
manifestarse». Pero especifica que, si bien el cambio adereza el caldo de
cultivo para un posible trastorno, éste no sería una consecuencia directa de la
nueva situación, sino que «el niño viene con una ansiedad de base que se
alimenta de los extresores a los que se expone durante este período, por la
incertidumbre». Los progenitores que observen síntomas anómalos en las tres o
cuatro semanas posteriores al inicio del curso, como ansiedad, agresividad,
pérdida de apetito o sensibilidad marcada, según recomienda el psicólogo, han
de recurrir a la ayuda de un profesional.
«Pero antes de acudir a un psicólogo», afirma Domínguez, es
necesario observar si durante los primeros días se está «produciendo una
adaptación normal», y si está en manos de los propios padres ayudar al niño a
afrontar las dificultades. «Es crucial comprenderles, ponernos en su lugar,
aconsejarles e incluso acompañarles al colegio si no les da vergüenza. Hablar
mucho con ellos e intentar que anticipen no sólo lo negativo de las
situaciones, también lo positivo». En este sentido, el experto transfiere la
misma responsabilidad a los docentes, quienes «deben sacar lo mejor de los
chavales, y una buena forma de hacerlo es recordándoles los puntos fuertes con
los que cuentan para apoyarse y superar las situaciones».
Las estrategias que tradicionalmente vienen utilizando los
padres para sembrar en los niños la semilla de la ambición, como «compararles
con sus hermanos o con ellos mismos a su edad», acaban resultando
contraproducentes porque «interfieren en su autoestima» y dañan su
autoconcepto, explica Domínguez. Cada niño es un agente único inmerso en unas
circunstancias determinadas por el contexto, por lo que los padres han de tener
en cuenta que «las que tuvieron ellos cuando eran jóvenes, o las que pudieron
tener sus hermanos, son realidades diferentes que exigen estrategias
específicas».
El instituto concede
más autonomía
El sociólogo Rafael Égido explica que la actitud que asume
un adolescente en el momento del cambio de centro educativo poco tiene que ver
con la pauta que haya manifestado con anterioridad. «Hay chicos que van muy mal
en el colegio y de pronto toman ese cambio (al instituto) como bueno, como una
nueva oportunidad» e incluso se acercan a las personas más responsables de la
clase; y otros cuyos resultados en la escuela eran inmejorables pero de repente
descubren que ser "malote" da popularidad entre los compañeros», algo
de lo que probablemente carecerían y empiezan a «hacer lo imposible por
sobresalir».
El peligro a que el rendimiento académico de los hijos caiga
es mucho mayor en el instituto porque gozan de más autonomía. Para Abel
Domínguez, la educación parental recibida hasta el momento juega un papel muy
importante, ya que «los niños que sean muy dependientes de sus padres al hacer
las tareas o llevar al día los exámenes, o simplemente no se preparen ellos
mismos el material... lo van a pasar mal». Si a los alumnos con este perfil no
se les da «un plus de atención» el choque va a ser mayor. Igual para aquellos
que arrastran trastornos de conducta, que pueden desarrollar problemas con la
autoridad al «tener más profesores que en el colegio (de uno por curso a uno
por asignatura), y al estar sujetos a muchas maneras de manejar una clase,
porque no todos los profesores aplican las mismas normas».
El psicólogo advierte que «los alumnos con estos problemas
suelen debutar en el instituto con expulsiones de clase o del centro, castigos,
llamadas a casa...», y que suelen ser los niños, a diferencia de las niñas,
quienes más rebeldes se muestran. «Las niñas maduran antes y cuando se pasan al
instituto ya han pasado esa fase de rebeldía que alcanza su punto álgido en el
caso de los varones».
Nuevas amistades
Otro asunto al que los expertos conceden una importancia
capital en el salto del colegio al instituto es la llegada de nuevas amistades
a la vida del niño. Suele ser también la mayor preocupación que se les plantea
a los progenitores, conscientes de que en la adolescencia el grupo de
compañeros es lo máximo, y poco pueden hacer para combatirlo. El sociólogo
Rafael Égido se muestra radical en este planteamiento: «Según con quién te
juntes, así te vas a desarrollar». Por eso, según Abel Domínguez, «los padres
deben dar las herramientas a sus hijos para que sean capaces de elegir sus compañías.
Sobre todo habilidades sociales, asertividad, saber decir que no, aprender a
hacer cumplidos y críticas».
Para el psicólogo, educar a un adolescente en el sentido
común no tiene por qué plantear ningún tipo de complicación si «hemos realizado
todo esto correctamente en la fase de Primaria», ya que de empezar a trabajarlo
en la pre-adolescencia, cuando los menores son más influenciables, puede ser
tarde para lograr que esquiven la presión grupal. La combinación de «diálogo y
cercanía», recomiendan los expertos, pero «sin llegar a agobiar», es la fórmula
que permitirá al niño desarrollase sin problemas sintiendo la confianza que se
deposita en él.
Ante cualquier coyuntura relacionada con la adaptación del
alumno al nuevo entorno que de primeras se le antoja hostil, los profesionales
recomiendan abordar las conversaciones «de padres a hijos» de forma «suave»,
casi «con guante de seda», anteponiendo la empatía a la comparación o el
reproche. Pero sin caer en premios innecesarios: «ahora está muy de moda premiar
las buenas notas, y no debemos olvidar retirar determinados privilegios cuando
no estén cumpliendo con sus obligaciones», concluye Abel Domínguez.